Entre tanto, trato de mantener la calma. De lo contrario, enloquecería sin remedio.
Reconozco fácilmente mis impulsos y ese instante en el que se activa un mecanismo que tiene difícil vuelta atrás: si yo misma no soy capaz de controlarlo la mayoría de las veces, ¿cómo pretender que lo consiga otra persona? Delegar no es una opción: yo me curo sola.
Tengo la sensación de que durante el último año he caminado kilómetros y he escuchado música durante horas. He recorrido Madrid miles de veces con los cascos puestos oyendo nuevos discos, revisitando antiguos, cantando las canciones de siempre, llorando de vez en cuando, saltando a la siguiente pista cuando uno de los instrumentos se me clavaba en el corazón. ¿A dónde me lleva esto?
Durante estos paseos he reconstruido viejas historias y – en ocasiones – les he dado un final alternativo, me he visto desde fuera, me he comparado, me he culpado por todo lo que he hecho mal. He visto un futuro a medida, he pausado esta contrarreloj, he deseado muy fuerte no haber llegado a este punto y he apostado a que esto – en algún momento – también pasará.