Conozco la forma en la que ir poco a poco apartando a una persona de tu pensamiento, de tus rutinas, ¿de tu corazón?
Sé que hay una fase de adaptación de duración indeterminada y que de repente, un día, entiendes que el olvido pasa por dejar de utilizar plurales y, de esa manera, todas las historias se conjugan en singular y algunas anécdotas tienen un manchurrón gris en según qué partes. Ya sabes: si no lo mencionas, no existe.
También sé que es bueno guardar bajo llave todas las pruebas del desastre: algunas fotos, el billete de tren de la primera vez que viajé a verte, el cargador que te olvidaste enchufado porque te marchaste con prisa, la nota que me dejaste la primera noche que dormiste en mi casa o la última que pusiste en mi bolsa de llevar el tupper al trabajo.
Y luego lo de evitar ciertos lugares, canciones, libros, olores, series, conversaciones, ¿fechas? Yo qué sé: consiste en huir tan lejos que se te olvide de dónde vienes.
Pero, ¿qué pasa con los sueños? ¿Cómo se saca a alguien del subconsciente? He tenido una pesadilla que me ha despertado temblando, un poco triste y bastante enfadada. He saltado de la cama con prisa y, cuando me he dado cuenta, ya estaba en la calle andando sin rumbo. Así he estado casi una hora y media cuando no eran ni las 10 de la mañana. Cuanto más andaba, más me enfadaba: ¿de qué vale todo el trabajo por apartar en la vida real a alguien que en cualquier momento y sin previo aviso puede aparecer en mis sueños como el fantasma de mi felicidad pasada?
Al volver a casa, algo más calmada, me he tumbado a leer en la cama. Entraba el sol por la ventana, mis gatos estaban acurrucados junto a mí ronroneando, la casa en silencio (¿mi mente en silencio?) y de repente una notificación en el móvil: “Esta noche, intenta concentrarte para recordar tus sueños mañana al despertar”.
Mira, no. Otra vez no.