La última semana he intentado escribir varias veces, pero no he sido capaz de continuar pasadas unas líneas. Todo apestaba a final de verano, a tristeza, a incertidumbre y aprendizajes forzosos. A lo que toca, vaya. Había demasiados desencuentros, demasiadas revelaciones y demasiada nostalgia.
Este verano ha sido el de la soledad, buscada, impuesta y resignada, todo a la vez. De repente muchas cosas han resultado ser accesorias, otras – las más complicadas – imprescindibles, y muchas realmente decepcionantes. No he salido ilesa (¿era posible hacerlo?), pero sí he terminado algo más consciente y tranquila. Me veo capaz de decir por fin que no, de aguantar marejadas y de romper a llorar si lo necesito. Y no pasa nada.
Hace semanas que no tengo mi energía habitual y no es algo que se solucione con bayas de goji. Se trata más bien de volver a equilibrar las fuerzas, de aceptar de una vez algunas cosas, de soltar otras, de buscar la fórmula perfecta de mantener mi esencia y no abusar de mi coraza.
Maldito punto medio: está lleno de grietas que me llevan a un extremo o a otro.